La Llegada
- MGF
- 16 oct 2020
- 2 Min. de lectura
16 de Noviembre de 2017, 08:05h.
Después de 32 horas de dolor, incertidumbre, nervios y ganas, sobre todo, muchas ganas. Unos ojos (para mi sorpresa) negros como el betún me miraron durante un instante, no se si me vieron, pero me miraron. No podíamos ser más felices, nuestro "Coco" estaba entre nuestros brazos.
-Nos vamos a neonatos, el niño respira algo raro- Dijo el personal que se encontraba en la sala.
Sola, en aquel paritorio lleno de gente -Vuelve a apretar- decías las matronas y las enfermeras -te vamos a dar tres puntos-.
Dos horas sola, dos horas en las que debería haber tenido a Aarón encima de mi, alimentándose de mi y alimentando mi amor por el.
La espera fue larga -Vamos a la habitación-, ya no recuerdo ni el número de habitación, pero si recuerdo que mi madre estaba allí esperando y que al ratito llegó papá (porque sí, ahora era papá), me trajo fotos y vídeos con los que me tuve que conformar hasta que me dejasen levantarme...
No puedo andar, me duele demasiado la cadera izquierda, pero tengo que ir, tengo que llegar, tiene que comer. Poco a poco y muy despacio lo consigo, ya son las dos de la tarde y no se si alguien le ha dado un biberón -Un biberón no, por favor- resuena en mi cabeza.
Llego a neonatos, agarrada a papá y busco, entre tantos, con la mirada... Ahí estaba, en esa cuna de plástico, dormido, con una especia de almohada alargada alrededor y con una tetina de biberón rellena de gasas a modo de chupete.
Tan pequeño, tan frágil, tan... perfecto.
Tanto que hasta me daba miedo sacarlo de ahí. Las enfermeras me lo dieron, sentada en una silla porque mi cadera no aguantaba más el dolor, lo puse sobre mi pecho y se alimentó, una explosión de felicidad y tranquilidad recorrió mi cuerpo y mi mente.
Estaba conmigo, estaba comiendo, estaba bien...

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